Todo lo que se diga sobre la importancia que, para el cumplimiento de la misión educativa de un centro escolar, tiene la labor callada y discreta del personal de servicios y administrativo es muy bonito. Porque no deberíamos considerar su trabajo menos valioso que el que realiza el profesorado. Si estamos en un entorno de educación, debería ser natural que los alumnos aprendieran el valor de todas las tareas independientemente de la relevancia social que tengan, sobre todo porque se convierten en una manifestación de disposición de servicio, aunque pueda ser en pequeños detalles.
Pero todo podría convertirse en palabras vacías, si no tuvieran concreción, si no se manifestaran en el día a día de cada escuela. Debe, pues, en primer lugar estar presente de manera muy concreta en nuestra identidad y consecuentemente en nuestra cultura corporativa.
¿EDUCA QUIÉN NO ES PROFESOR?
Por otra parte, se da la coincidencia de que, para una marca, para su reputación, el valor de la tarea de todos sus trabajadores ya se encuentra actualmente en la cultura corporativa de muchas empresas punteras. Es la culminación de entender que, en el siglo XXI, las marcas las forman sobre todo las actuaciones coherentes de las personas, de todas las personas que forman parte. Muchas empresas están entendiendo que es en la cultura corporativa donde se juegan realmente su posicionamiento, su diferenciación. Me parece que es algo en lo que he insistido mucho, sobre todo en el libro El secreto del marketing educativo.
Pero muy a menudo he hablado sólo del profesorado, olvidando que en una escuela hay también otros trabajadores y trabajadoras. Me siento, pues, con la obligación moral de referirme ahora a ellos. Somos escuelas. ¿El personal administrativo, de atención telefónica, de jardinería y reparaciones, de limpieza, puede participar de la misión educativa del centro? No es sólo que pueda hacerlo. Es que debe hacerlo y lo hace.
Por un lado, les debemos recordar –en algunos casos no lo tenemos suficientemente en cuenta– que su trabajo es imprescindible para que se pueda realizar el del profesorado: sin limpieza, sin administración económica, sin mantenimiento no es posible que los docentes realicen una tarea profesional educativa. Esto es mucho, pero no es suficiente.
El personal no docente puede tomar también conciencia de que en el contacto humano diario está participando a través de su ejemplo, de una contribuició real a la labor educativa, también cuando no pretende comunicar. Es conveniente, por tanto, que conozca bien el fundamento educativo del centro donde trabaja, lo que está aportando y lo que podría aportar todavía.
Cada uno con su papel. Obviamente no educa igual una tutora que un jardinero. El problema es que nos podemos pensar que el jardinero no educa. Y no es cierto. El jardinero educa cuando hace bien su trabajo, cuando la hace con profesionalidad y también cuando explica paciente a una niña que no debe pisar el césped, cuando sonríe, cuando se deja «ayudar» por los niños de 6 años a llevar las herramientas, etc.
El personal de cocina conoce a los chicos y las chicas a través de la amabilidad con que piden las cosas, capta sus caprichos y la cantidad de comida que derrochan. El personal de limpieza –aunque en muchos casos no llega a verse nunca con el alumnado– conoce la limpieza, el orden y el respeto por el material de cada curso, incluso la autoridad y la sensibilidad hacia su trabajo de los profesores. Recuerdo que una vez, saludando a la persona que hacía la limpieza en las aulas de Secundaria, me dijo:
-Yo no sé qué profe ha tenido clase a última hora en 4D, pero seguro que no tiene controlada a la tropa…
El personal de administración conoce qué alumnos hacen campana menudo o intentan marcharse antes de la hora, cuáles son tardos en llegar, quiénes se comportan con poca educación…
Podríamos continuar largamente. ¿Aprovechamos suficientemente este conocimiento?
En la medida en que vean que les tenemos en cuenta, será más fácil que den pasos adelante y sean más conscientes, como cualquier otro educador, de la colaboración que pueden ofrecer: advirtiendo al alumno descuidado, enseñando a la otra a dar las gracias, informando a los profesores del desorden habitual en los aseos, etc.
Una vez, un encargado de mantenimiento me explicó sus opiniones sobre cómo se estaba educando en el colegio en el cuidado del material de la escuela. Realmente la crítica se basaba en hechos reales y era difícilmente rebatible. El problema es que esta persona no contaba con los mecanismos de participación para poder exponerlos y, por tanto, no se sentía parte de la solución.
En la cultura corporativa de un centro que valora la labor del personal de administración y servicios, se concreta naturalmente la manera de que todo el personal participe de las propuestas, las decisiones y las actuaciones que ayudan a mejorar la escuela, independientemente de si son maestros o no.
EL TRATO CON LOS COMPAÑEROS
Parto de la convicción de que una escuela que consigue reducir la distancia entre el personal docente y el de servicios es forzosamente una escuela que apunta a la excelencia. Este es sl camino para que su estilo educativo se traslade a todos los rincones más allá de las cuatro paredes del aula: en el comedor, en la atención telefónica, en la limpieza de los servicios… En toda la escuela se está educando.
En la tradición de algunos centros es habitual que entre el profesorado, dirección incluida, el trato sea más próximo que con los no docentes, porque se tienen más cosas en común. Conviene sin embargo que reflexionamos. ¿En qué medida consideramos compañeros o compañeras de trabajo –de estatus diferente pero no de dignidad inferior– al personal de administración y servicios. ¿No deberían participar con naturalidad de un trato más cercano? ¿Que se redujera esta distancia comunicativa no contribuiría a conseguir una participación real en la misión de la escuela?
La formación sobre qué se espera del personal de administración y servicio –en el cambio cultural que deberíamos conseguir– no la recibirá sólo este personal. Es necesario que llegue también al profesorado. Y a la vez, debe concretarse en actuaciones que conviertan simbólicas: participación de los miembros del cuerpo de limpieza en reuniones trimestrales con los jefes de etapa educativa, una persona de la cocina en el equipo de calidad del comedor, etc.
EMPRESAS SUBCONTRATADAS
En muchos casos, una empresa externa cubre algunos de los servicios de la escuela. Es en la actualidad un modo inevitable de reducir los gastos. Está claro que en estas circunstancias, la vinculación afectiva y efectiva con la escuela es muy diferente. Por lo tanto, también su grado de implicación. No es un fenómeno nuevo. En este tipo de relación con la escuela se han encontrado siempre los conductores y vigilantes de autocar, por ejemplo. Y se encuentran ahora otros servicios más novedosos, como los monitores de comedor o de actividades extraescolares. También se tiende a buscar este tipo de soluciones para servicios que antes hacían personas que pertenecían profesionalmente al centro.
No juzagaré la conveniencia o no de externalizar servicios, pero de lo que sí no tengo ninguna duda es que si fuera director de una escuela no dejaría de asegurarme de que, en lo posible, conociesen la misión del centro, la su identidad y recibieran algún tipo de formación sobre la cultura corporativa de la escuela, la manera de tratarse y la de educar al alumnado. Es, de hecho, lo que haría una empresa de cualquier sector que quisiera gestionar con profesionalidad la marca corporativa. No tengo ninguna duda de que esto generaría, por un lado, una mayor colaboración hacia la educación que ofrece el centro y, por otro, una mejor reputación de la escuela entre sus proveedores.
Espero, con estas líneas, haber cumplido con el deber de justicia hacia el personal de administración y servicios, a quien he citado poco en artículos anteriores. En cualquier caso, os aseguro que su presencia era implícita. No es sólo que ellos también eduquen. Es que si no los tenemos en cuenta, difícilmente lo haremos los docentes.
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