El curso 2016-17 apenas terminado he tenido la oportunidad de visitar, en la plena actividad de un día lectivo, el King’s School de Canterbury, la escuela fundada en 1541 por el mismo rey Enrique VIII. En Kings, todo rezuma historia. Debe de ser un condicionante innegable para los alumnos –cuyos tatarabuelos de los tatarabuelos ya habían sido alumnos– desplazarse de una lección a otra bajo arcos góticos, o que la capilla de la escuela sea la majestuosa catedral de Canterbury, sede de la Iglesia de Inglaterra.
Si tuviéramos que elegir dos etiquetas para el King ‘s, pienso que las que más se ajustan son ‘elitista’ y ‘tradicionalista’. Quizás compartáis conmigo la preferencia por un modelo de educación más inclusivo. Pero, precisamente porque esta escuela nos resulta lejana (y tan inglesa), nos permitirá observar con perspectiva las consecuencias, para la identidad de cualquier escuela, de las decisiones que toma.
Cada decisión traza un surco en la identidad
Tras participar con alumnos de mi centro en una lección en el aula, estuve dialogando unos minutos con dos profesoras de King’s sobre los retos que tenía en estos momentos el colegio. Me explicaron que, en los años de crisis económica, han tenido que admitir a muchos estudiantes extranjeros. Familias de los Emiratos, de Rusia o de China están dispuestas a pagar lo que no está escrito para que sus vástagos se eduquen en esta tradicional y prestigiosa escuela inglesa. Lo cual se convierte, por otra parte, una contradicción fuerte con el modelo que representa: una cierta internacionalización de la escuela es buena, pero ¿nos podríamos imaginar la escuela anglicana de referencia con una minoría de alumnos ingleses? En no pocos casos, por otra parte, estos alumnos foráneos (con las dificultades añadidas de vivir la adolescencia alejados de su marco familiar y en un mundo culturalmente tan diferente) restan más que suman.
Una escuela no puede tomar alegremente decisiones que afecten el tuétano de la promesa de la marca. ¿Cuál es el límite de elasticidad del King’s en este punto? ¿Es posible entrar en barrena? ¿Hasta cuántos extranjeros se pueden admitir? Una decisión de este tipo no es sólo una cuestión de gestión organizativa. Depende directamente de ello la misma identidad de la escuela. Es que la identidad no es, en absoluto, una especie de constitución escrita e inamovible. Se configura también con lo que se vive y se va haciendo. En King’s la solución decidida por la dirección para evitar contradecir su talante, según nos manifestaron, consistió en establecer un umbral de 30% extranjeros como máximo.
Hablando con estas profesoras en un marco tan singular, me vino a la cabeza la entrevista que había realizado quince días antes a Gregorio Luri (os aconsejo mucho su lectura). Cuando Luri argumentaba la conveniencia de que los centros educativos tomaran las decisiones de renovación de acuerdo con su identidad, empleó la expresión ‘trayectoria‘. Me pareció una palabra muy ilustradora: «Solo si tienes una trayectoria –afirmó– podrás cambiar de rumbo con conocimiento de causa».
¿Trayectoria o deriva?
Cualquier trayectoria es:
- una línea trazada
- entre un punto de origen
- y uno de llegada.
Contamos pues, en la trayectoria de una escuela, con estos tres elementos: su historia, su presente (lo que sucede y cada decisión que se toma) y la meta hacia donde se quiere dirigir.
La trayectoria apunta necesariamente hacia un objetivo. Es cierto que no siempre es fácil saber dónde hay que ir. Por ello, no pocas veces, convendrá virar y enderezar el rumbo equivocado. El problema es que a menudo ni siquiera hay una meta clara. Lo contrario de una trayectoria es una deriva: navegar sin rumbo.
Deriva es, en el mundo educativo, dejarse llevar del viento que sopla. Si nos dejamos empujar, el futuro podrá ser bueno o malo, pero no la habremos elegido. Una escuela va a la deriva, por ejemplo, cuando vive bajo la presión de las acciones tácticas de la competencia: un centro alarga los horarios de permanencia hasta las siete de la tarde, nosotros también lo hacemos; otros hacen estancias de inglés en Londres, lo copiamos, que no sea dicho… En la deriva no hay otro destino que lo que se vislumbra de inmediato. Se vive sólo del presente. Porque en la deriva no cuenta tampoco el punto de partida. Y esto es justamente lo más triste: olvidar de dónde se viene. Escuelas que han tenido un carácter propio netamente diferenciador, con valores que les parece que entran en crisis, pierden la orientación cuando dejan de confiar en lo que era su norte. En un momento en que la «cultura del esfuerzo» no impera, una escuela con voluntad de excelencia académica debe elegir entre renunciar a la exigencia y la disciplina y optar por la gamificación, por ejemplo, o, en cambio , esforzarse en hacer atractivo el beneficio del rigor. Lo que no puede hacer es pensar que la elección le resultará indiferente.
Decía que me gusta la palabra ‘trayectoria’ porque manifiesta la conciencia que se va marcando un trayecto, que se deja rastro: el conjunto de todas las posiciones por las que pasa un cuerpo en movimiento. Por ello, cada decisión marca. Por ejemplo, en los años 60, el Kings School se convirtió en una escuela mixta. Eton –que dicen que es número uno en todos los rankings en Gran Bretaña– se ha mantenido, en cambio, como escuela diferenciada sólo para chicos. ¿Cómo ha hecho esto, sabiendo que es un modelo de pocas escuelas y que pierde popularidad? Porque un líder no depende nunca de lo que haga la mayoría. Justamente porque le importa sólo que la trayectoria surque su destino, le está bien diferenciarse del resto.
¿Arquitectura normanda con cableado de red?
Otro reto que se presenta en el King’s –este ya nos resulta más próximo– es la manera como la escuela afronta la innovación pedagógica. ¿Se utilizan tabletas? ¿Se organizan las lecciones en asignaturas o por proyectos? ¿Una escuela que basa su reputación precisamente en los cientos de años de historia, puede cambiar radicalmente las metodologías didácticas? ¿Se puede renunciar a las tradiciones multiseculares del centro en beneficio de ser la vanguardia pedagógica? ¿Es lo que esperan las familias de Kings’?
En otro momento hemos utilizado el término innovacionismo para referirnos a la deriva que están viviendo actualmente muchas escuelas que, empujadas por necesidades de marketing, replican miméticamente las innovaciones educativas que más venden. Se aplican metodologías no porque realmente se crea en ellas, sino porque son tendencia. De modo que todos cantan la misma canción, como dicen los italianos «il tormentone dell’estate»; una especie de ‘Despasito’ metodológico que suena continuamente en sus gadgets teconològics.
En el King’s se adaptan con prudencia a las tecnologías del aprendizaje, y es evidente que no lo hacen por un problema de presupuesto. Pienso que todos, en su lugar, habríamos tomado una decisión similar: adecuar los cambios al estilo propio del centro. Solo cuando una tecnología demuestra contrastadamente su utilidad, se añade a sus tradiciones metodológicas multiseculares. En otra escuela, sin embargo, habría que hacerlo de una manera muy diferente. Siempre con conciencia de trayectoria.
¿En este momento, en tu escuela qué decisiones se está tomando que modifiquen su posicionamiento, su rumbo y impliquen un cambio en la identidad? ¿Se toman conscientes de ello? ¿Apuntan hacia una meta de diferenciación respecto a las otras escuelas o se hacen por mera mímesis?
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