Recuerdo todavía una entrevista con los padres de un alumno de 15 años, en mi primer curso como tutor. Yo la había preparada bien, el alumno no era conflictivo y me sorprendió la mueca que me pareció que se hacían entre ellos de desaprobación de un comentario mío. Esperaba unas palabras que terminaran de evidenciar mis temores. Como no dijeron nada, continué adelante, intentando convencerles al máximo posible de mis argumentos, confusos desde ese momento. La conversación terminó correcta y fríamente unos minutos más tarde. Nunca supe qué era lo que no les había gustado.

La comunicación humana es verbal sólo en una pequeña parte. Trasladando grosso modo el resultado de una investigación científica de Albert Mehrabian en determinados contextos, podríamos afirmar que el 55% de la comunicación personal se realiza con gestos, miradas, manera de sentarse, etc., el 38% corresponde al lenguaje paraverbal, es decir, el que acompaña el habla: entonación, volumen de voz, pausas…, y sólo un 7% corresponde a la palabra. ¡No era, pues, necesario que me dijeran nada! Debía haber tenido suficiente con aquellos gestos para interrumpir mi discurso y preguntarles el motivo de su desaprobación.


Aprender a observar

Efectivamente, nos damos cuenta de que habría que tener presente que el lenguaje corporal cuenta mucho más en la comunicación que las palabras con que nos expresamos. En cambio, curiosamente, sólo consideramos mensajes emitidos los textos orales o escritos. Con frecuencia nos olvidamos, por ejemplo, de observar las emociones con que los acompañamos, las cuale hablan de modo más manifiesto de nosotros y de nuestras reacciones.

Educar exige comunicación. Si aprendemos a leer el lenguaje no verbal del alumnado –y también de los padres y madres, en entrevistas, en tutorías– mejorará grandemente la calidad de nuestra labor educativa. Por un lado, porque sabremos qué piensan, más allá de lo que son capaces de expresar y, por otro, porque aprenderemos a controlar nuestra comunicación no verbal, para hacerla adecuada al objetivo que nos proponemos: comprenderles y ayudarles (no para manipular la comunicación ni dominarlos, y mucho menos aún, engañarles).

Seguramente que todo ello no os sorprende ni os resulta completamente nuevo. Estamos habituados a leer los estados anímicos de las personas que queremos. Sabemos, por ejemplo, interpretar la mirada ceñuda de la hija cuando ha tenido un mal día en la escuela o el gesto del padre, que intenta desvanecer una preocupación del trabajo. Lo consideramos sólo una intuición, porque no hemos tenido ocasión de aprender más sobre el comportamiento humano y su relación con la comunicación no verbal. Si adquiriésemos estos conocimientos, seríamos capaces de analizar con mayor precisión las reacciones de los demás.

No pretendo ahora hacer un estudio profundo ni un elenco de los mensajes inconscientes de nuestros interlocutores. Sería necesario un libro entero y este libro ya existe y la aconsejo: La gran guia del lenguaje no verbal, de Teresa Baró. Me limitaré a extraer algunos ejemplos, para evidenciar la utilidad que el tema tiene para la comunicación interpersonal del profesorado con alumnos y con padres y madres.


Tipo de gestos

La mayoría de gestos que hacemos no tienen ninguna significación: caminando, movemos, alternadamente brazos y piernas, para mantener el equilibrio y nada más. Otros gestos, en cambio, aunque no tengan ningún objetivo consciente, expresan un pensamiento o una emoción. Ekman y Friesen clasificaron los movimientos en cinco tipos:

  1. Hay, por un lado, los que hacemos con intención netamente comunicativa y los demás reconocerán porque pertenecen a convenciones claras: por ejemplo, cuando hacemos una pinza con los dedos para taparnos la nariz, indicamos que huele mal o, cuando levantamos el pulgar con el puño cerrado, manifestamos acuerdo. Existen culturas llenas de gestos, como la italiana.
  2. Otros gestos complementan lo que expresamos con las palabras, enfatizando su significado. Manifiestan el estado emocional del que habla, por ejemplo, porque mueve los brazos como los de un director de orquesta, al ritmo pausado o violento de las palabras. Estos movimientos se pueden hacer de forma consciente o inconsciente, y también se pueden controlar: un conferenciante experimentado será capaz de elegirlos ante el público con naturalidad. Algunas personas son más gesticulante, quizá por ser más nerviosas.
  3. El flujo de la conversación conlleva también una serie de gestos: saludar inclinando la cabeza, hacer una señal de escucha atenta, manifestar la voluntad de intervenir, dar por terminado el diálogo…. Se llaman gestos reguladores, ya que contribuyen a establecer el intercambio en la conversación. Conocer estas reglas automáticas nos ayudará a mantener un diálogo fluido y amable con los padres y madres de la escuela. Detectaremos por ejemplo:
    • cuando inclina la cabeza en señal de atención,
    • aumenta el volumen de voz, porque no quiere ser interrumpido,
    • abre ligeramente la boca o levanta el dedo indicando que quiere hablar,
    • asiente con la cabeza, tal vez manifestando el acuerdo o quizás el deseo de que se termine la intervención
    • etc.
  4. Encontramos todavía unos gestos que aparentemente no tienen ningún significado, pero justamente porque los realizamos especialmente cuando estamos incómodos e inquietos, nos sentimos observados o tememos que nos descubran una mentira, podrán ser muy reveladores: rascarse, ponerse bien las gafas, taparse la boca…
  5. Finalmente, están las muestras de nuestro estado de ánimo, de la disposición para la conversación, de la seguridad en la actuación… Pueden reflejar o bienestar (serenidad, alegría, paz, confianza, etc.) o malestar (inquietud, ansiedad, miedo, ira, etc.), tanto si no hay ninguna intención de ocultarlo, como sí (gestos delatores). Mientras que las palabras –incluso la entonación– podemos controlarlas, el lenguaje no verbal se escapa del dominio racional, por eso es una fuente de información muy eficaz, cuando se sabe observar.


De la imagen general al por menor

Una sola mirada puede ser suficiente para escanear el estado anímico de alguien e incluso intuir su carácter. La actitud corporal, es decir la forma en que presentamos el cuerpo –apagado o encendido– manifiesta si alguien se siente cómodo interpretando su papel, con elegancia, pero también es señal de optimismo, de compromiso, de empatía… O muestra un aire autoritario, seguro, irrespetuoso, confiado. Es en definitiva un reflejo de la personalidad, del estado emocional, de la educación recibida y del grado de formalidad de la situación. Por ello, reconocemos fácilmente cuando una persona está contenta, por la postura desenvuelta, por el tono de voz jovial; o si está cansada, porque parece que esté cargando un peso en la espalda y arrastra los pies. Sólo necesitamos fijarnos más.

Se dice que el rostro es el espejo del alma, porque es donde se concentran más señales externas del interior de las personas. Empezando por la mirada: que diferente cuando busca con interés el contacto visual o, en cambio, cuando lo rehuye hacia el suelo en una señal evidente de timidez, inseguridad o falsedad, o aquella otra escrutadora e intimidatoria en que podemos caer como nos fijemos demasiado en todos estos detalles. Por otra parte, el brillo de los ojos o la dilatación de la pupila son indicadores de emoción. Siguiendo, todavía en el rostro, podríamos hablar largamente la multitud de expresiones de los labios y la boca: crispada, abobada, jovial…

Las manos y los brazos tienen mucho protagonismo en la comunicación. Nos advierte Teresa Baró que para interpretarlo correctamente hay que tener presente que el gesto precede la palabra en el acto de comunicación. Como el gesto es más sincero que el habla, delatará fácilmente cualquier engaño.

Tenemos que distinguir también los gestos que se hacen hablando, que indicarán las intenciones del emisor, y los que se hacen escuchando, señal del efecto de las palabras.

En general, los gestos abiertos (manos abiertas, brazos adelante, acercándose al interlocutor, gestos altos, pulgar alzado, pies separados en ángulo, mirada recta…) indican bienestar, confianza, mientras que los gestos cerrados (brazos cruzados, puños cerrados, rascarse el cuello con la mano del lado contrario, abrocharse, mover un objeto, manos en el bolsillo) malestar y necesidad de autoprotección. Son gestos de autoridad las manos en la espalda, manos alzadas con la palma hacia abajo, dedo índice, y de sumisión, mirada baja y brazos a la espalda, dar la mano con la palma hacia arriba…

La postura de los pies nos informa de lo que se desea ocultar. No son capaces de disimular la inquietud como el resto del cuerpo. Los pies juntos esperan reconocimiento u órdenes; las piernas separadas, indican fortaleza y virilidad; una pierna adelantada y levemente flexionada, inestabilidad; piernas cruzadas, autorrepresión e incomodidad; un pie señalando hacia la salida, tensión…

Lógicamente, por más que se domine la interpretación de los gestos, no se consigue de ningún modo leer la mente de los demás y, por tanto, no podemos considerar unívoco ningún indicio. Por eso nos fiaremos de la suma de señales que iremos observando, tendremos en cuenta el contexto en que se emiten los gestos y seremos prudentes en el diagnóstico. En fin, si es necesario acudiremos también a una gran facultad comunicativa: preguntar. Quizá, después de todo, lo que había pasado en aquella conversación de hace años, es que el padre había hecho una mueca porque tenía ciática y la mujer había respondido con una sonrisa de ánimo.

Si te parece que gestionar e interpretar los gestos te complica y te resulta pesado, quizás es que lo necesitas mucho. Para ayudarte déjame que te dé un solo consejo para dar el primer paso: el mejor recurso de la comunicación no verbal es la sonrisa franca. Úsala tanto como puedas.

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