Escribo este artículo para el profesorado. Lo hago desde la óptica del marketing de la escuela. Quizás alguien dirá: «¿Esto es una broma? ¿Pero qué tenemos que ver el profesorado con el marketing?» Es evidente: que el colegio tenga muchos o pocos alumnos depende sobre todo de los profesores y las profesoras. Cuando doy charlas a directivos, a los responsables de las campañas de marketing o al equipo de comunicación de los centros educativos, les digo: «Vosotros sois la Junta del Barça o el Departamento de Marketing o de Comunicación del Barça [poned el equipo que más os guste]. El resultado de todo lo que hagáis, depende, en último término, de los jugadores. Si hay triplete, no será necesario que os esforcéis mucho para que las cosas os salgan muy bien. En cambio, si no ganan ningún título, ya podéis dejaros la piel, que no venderéis una miserable camiseta! «.

En educación, como en fútbol, ​​la clave se encuentra en la calidad contrastada de nuestro trabajo: marcar goles y ganar partidos, en un caso, enseñar y educar de verdad en el otro. Es elemental. Si en una escuela se educa muy bien y hay buenos resultados, la gente está satisfecha y la escuela crece. Lo curioso, sin embargo, es que los responsables del marketing no tengan conciencia de lo que se juegan. Lo digo con esta contundencia, porque basta con mirar los planes de marketing que establecen los colegios, las propuestas que hacen las empresas asesoras y lo que se lee en artículos y libros sobre marketing educativo. ¿Como puede entenderse que –siendo el profesorado la clave de cualquier proyecto escolar– no aparezcamos prácticamente en ningún plan de marketing? No me estoy refiriendo ahora a frases genéricas y grandilocuentes, claro, sino a objetivos que sean SMART, es decir, concretos, medibles, alcanzables, relevantes y temporalizados. Como sí se hace en el resto de concreciones del plan de marketing, ¿verdad?

Lo más gordo es que ni el mismo profesorado no somos conscientes de la trascendencia para el crecimiento de la escuela de cada acto que hacemos día a día. Insisto en que no estoy pidiendo los típicos tuits y fotos en Instagram encomiásticos el día del maestro, ni tampoco que pensamos que se trata de «vender» la escuela entre los conocidos. Me estoy refiriendo a que entendamos el profesorado la importancia que tiene si realizamos cada actuación diaria como la estamos haciendo hasta ahora o de esta otra manera más exitosa. Esto sólo es posible a través de la concienciación personal del profesorado y de nuestra formación.

Por ello, directivos, este post no es para vosotros. Dejad de leerlo y, si queréis compartidlo con vuesrto profesorado. Nos encontraremos en otros posts. Adiós.

 

¡Eres torre!

A menudo he comparado el cuadro docente a un tablero de ajedrez, donde no hay ningún peón. Además del rey y la reina (que podrían simbolizar los directivos, que ahora ya no me leen), todas las piezas somos torres, caballos y alfiles. Es que somos gente con preparación profesional universitaria, gente cualificada, capaz de dar mucho y de actuar con iniciativa, no sólo de ejecutar indicaciones y moverse casilla en casilla.

Está claro que gobernar un equipo de peones es mucho más fácil, pero sólo con peones no se gana. A la escuela no le conviene, pues, que seamos un peón. Si es que somos una torre. No dejéis pues que os traten como peón! Para mí, nos tratan como peones…

  • por un lado cuando no nos dejan participar –¡como mínimo opinar!– sobre cómo podemos mejorar el trabajo que nosotros mismos hacemos cada día,
  • por otro, cuando nuestro trabajo no nos genere un crecimiento personal. Hay quien tiene 30 años de experiencia profesional y quien tiene treinta años de una sola experiencia profesional repetida.

Pero os hablaré ahora con la experiencia de muchos años en la docencia: corremos también el peligro de comportarnos como un peón.

  • Lo hacemos cuando renunciamos a formarnos. ¡Necesitamos formación! Ahora más que nunca. La escuela nos la debería facilitar. Le conviene. Pero a nosotros nos compensa invertir recursos. Os cuento un hecho vivido: un profesor con el que he compartido muchas conversaciones apasionadas de temas educativos –¡sabe tantísimo!– me desveló poco antes de jubilarse el secreto de su conocimiento. Cuando cobró el primer sueldo de maestro, se suscribió a las dos revistas pedagógicas que le parecieron mejores. Todavía hoy está suscrito y las conserva todas. Haced lo mismo: leed libros, id a congresos, apuntaos a cursos online… ¿el colegio no os lo paga? Le compensaría hacerlo. ¿Pero no invertiréis este poco en vosotros mismos?
  • Y sobre todo, nos comportamos como peones cuando no aportamos soluciones, cuando renunciamos a participar, a proponer mejoras para el equipo. Encontrareís gente que dirá: «Bah! No vale la pena. Ya lo he intentado, no me escuchan. ¡Con la dirección no hablo más!» Es una actitud cargada de victimismo y infantilismo. Quien actúa así, debe aprender a separarse afectivamente de lo quisiera proponer, debe hablar con más asertividad y con paz. Pero no renunciar a hacerlo, porque equivale a renunciar a ser torre.

Eh, eh… Directivos, ¿qué hacéis leyendo todavía? Hemos quedado que este post no era para vosotros. Confiad en mí. Podría criticaros. Seguramente encontraríamos algún motivo. Pero no lo haré… Hoy hablo sólo entre profesorado sin cargos directivos.

¿Ya no hay ningún directivo? Pues ahora dejadme que os diga algo que os sorprenderá. En una escuela todos somos directivos. Al menos de nuestra aula, si somos tutores, o de nuestra hora de clase. En el momento en que estás en 6º A, sin nadie controlando qué haces, es porque el directivo de Sociales de 6º A eres tú. La escuela te ha delegado la responsabilidad directiva de esta asignatura. ¿Os parece poco importante? Pues decidme qué hay más importante para su alumnado y para sus familias…

Además, en una escuela todos tenemos experiencia directiva, es decir, experiencia de jerarquía: unos mandando y los otros obedeciendo. Si el que manda lo hace rutinariamente y no reflexiona sobre la forma en que dirige, estará adquiriendo menos experiencia que aquella que es mandada y, en cambio, analiza cómo no lo haría si le correspondiera mandar. Pienso que la inmensa mayoría de directivos, con gran sacrificio, lo hacen tan bien como saben. Por otra parte, estoy convencido de que incluso de un mal directivo se puede aprender: se convierte para los dirigidos en un buen ejemplo de cómo no hacer las cosas. Me lo confirmó recientemente un artículo de Claire Lew, «The Anti-Mentor. A bad boss shapes out liderazgo style more than we realice». Dicho esto, cuánto mérito tiene, sin embargo, la función directiva en una escuela y que poco comprendida puede llegar a ser por parte de algunos docentes. Siempre será más fácil juzgar que hacer. Comportaos con su alumnado, como creéis que deberíais comportaros con los compañeros si fueseis sus directivos, como cree que no lo hace bien vuestro directivo. Veréis que no es tan sencillo.

He dicho al inicio que el marketing de vuestra escuela depende sobre todo de vosotros y vosostras y vuestros compañeros. Es que la marca de una escuela no es otra cosa que la suma de todas las marcas personales de su profesorado. Como el valor de un equipo de fútbol es la suma del valor de cada uno de sus jugadores.

No podremos, pues, contribuir a la reputación de nuestro centro, si nosotros no procuramos previamente el reconocimiento del valor de nuestro trabajo personal. Tengo la convicción de que la reputación en general del profesorado en nuestra sociedad es deficiente. Depende, por supuesto, de las políticas educativas, de los recursos disponibles, de la consideración social de las tareas de servicio, de tantas cosas. Añadid las que deséis. Pero en cada caso singular, dependerá más aún de lo que haya hecho cada uno de nosotros para ganarse esta reputación a título personal, a través de la huella de un trabajo bien hecho, en atención a las necesidades de nuestros colegas, en primer lugar, y del alumnado y sus familias.

 

Marca personal

Así pues, tendremos que orientar y consolidar nuestra marca personal. ¿Marca personal? Sí. No es un tema para deportistas de élite y actrices de cine. Marca personal tenemos todas las personas expuestas al juicio de los demás, como lo somos los profesores y las profesoras. ¡Lo queramos que no, siempre nos están juzgando!

Con la marca personal, de lo que se trata -como dice Marcelo Ghio- es de:

  • transmitir una identidad clara
  • que exprese una promesa que pueda cumplirse,
  • que genere un diálogo para construir confianza y afectividad
  • y que tenga una propuesta de valor diferenciada.

No podemos decir: «A mí qué me importa lo que piensen mis alumnos». Nos debe importar y nos importa. Porque si no, ni tendremos autoridad ante los alumnos ni podremos ayudarles como educadores.

Desarrollar la marca personal se hace en varios pasos. Tendremos que dedicar otro post a hablar de ello en profundidad. La primera condición evidentemente es saber dónde queremos llegar, que nos ha movido a ser docentes. Como dice David Barreda, ¿por qué las familias pueden confiar en que nos haremos cargo de su hijo o su hija? ¿En qué ayudaremos a mejorar a nuestro alumnado? ¿Qué beneficio obtienen teniéndonos de profesor o profesora?

Pararse a meditar, a reflexionar –en el siglo actual de la prisa– puede parecer muy difícil, pero por eso mismo es imprescindible. ¿Cómo queremos que sea nuestro futuro, por ejemplo, en cinco años? Las cosas pueden pasar por casualidad, pero ordinariamente suceden cuando trabajamos para que sea así.

Si tenemos muy claro por qué queremos educar, cuando en el comedor de profesores y profesoras empezamos a quejarnos de la clase de donde acabamos de salir, de aquella alumna que ha sido impertinente o el otro que hemos tenido que castigar porque –confesémoslo– hoy en clase hemos estado un poco impacientes, veremos que no estamos siendo coherente con nuestro propósito. «¿De verdad lo que quiero es tener esta actitud? Quiero ser negativo en mis comentarios sobre el alumnado al que debo ayudar a crecer? «.  Alguién se justificará: «Bah! Es que sólo me estoy desahogándome. Para quitarme el mal rollo de dentro «. Pues no es verdad que nos estemos desahogando: estamos cayendo en una pendiente resbaladiza. Es falso que la crítica nos ayude. Normalmente nos genera un marco negativo y lo transmitimos a los demás.

Lo que habría que hacer, en cambio, es valorar la situación según el 80-20, el principio de Pareto: el 80 por ciento de los problemas nos los causan el 20 por ciento de los alumnos. Esto significa que hay una inmensa mayoría de alumnos encantadores, que no nos dan problemas. ¿Por qué tenemos que estar todo el día centrados en lo negativo? Además, ¿de verdad hemos renunciado a ser parte de la solución, no queremos contribuir a cambiar la vida a muchos niños y niñas o chicos y chicas con dificultades? ¿No es por eso que nos dedicamos a la educación?

Os he querido poner sólo un ejemplo. Reflexionar sobre nuestra misión y sobre nuestros valores nos será de gran ayuda. Y también, en consecuencia para nuestra escuela.

Yo remito todo a la calidad de la comunicación. Si fuéramos capaces de hablar cuando toca hablar y de la manera que tenemos que hablar, con claridad pero sin violencia, conseguiríamos mucho más fácilmente todo lo que nos proponemos. A veces nos falta integridad y valentía para decir lo que hay que decir y sólo a quien hay que decirlo. Porque de la misma manera que hablar exige valor, callar también exige virtud. Cuando decimos cosas de los demás a los que no las debería oir, nos convertimos en agentes de intoxicación de las relaciones. He aquí una parte importantísima del auténtico liderazgo.

 

Líderes sin cargo

Hace años compré –y leí– el libro de Robin Sharma, El líder que no tenía cargo. El autor es famoso por aquel monje que se vendió el Ferrari… Robin Sharma, en este otro libro, propone que nos centremos en hacer con perfección la labor que tenemos encomendada, a exigirnos, a inspirar a los demás a través de nuestra trabajo y también fuera del trabajo.

No es que no sea necesaria la jerarquía en una escuela, pero para que hoy en día triunfe cualquier proyecto es necesario que todos asumamos una responsabilidad personal, que nos lleve a ser el «director ejecutivo» de nuestro cometido dentro de la organización. ¿Te suena? Es lo que estamos diciendo todo el tiempo: todos somos directivos. Sharma menciona una expresión de Santa Teresa de Calcuta que me ha gustado mucho: «Si cada uno barriera la puerta de su casa, el mundo estaría limpio».

«Mira. Es que justamente el problema es que tengo muy pocas responsabilidades! No confían en mí. «La respuesta es: Haz bien –bien no, extraordinariamente bien– lo que se te ha encomendado y se te irá abriendo el camino. Valora este trabajo como si fuera el más importante, porque en este momento, lo es. Y ojo eso de comportarte como una víctima: encontrarías excusas para todo.

Releyendo algunas páginas de El líder que no tenía cargo, he pensado en su aplicación en el mundo escolar. El trabajo más importante en una escuela, sin duda es la labor docente, educativa, discreta muchas veces, que se hace con cada alumno y cada alumna. He pensado en la colaboración con las familias para acompañar el crecimiento de los hijos. ¿Qué hay más enriquecedor para la sociedad? Y todavía en la formación, en la mejora como docente en los aspectos didácticos, pedagógicos… ¿No es atractivo llegar a explicar de forma comprensible, única, las derivadas o la climatología del planeta? He aquí un liderazgo extraordinario y asequible a todos nosotros.

Cuando estaba en la cola para pagar el libro de Sharma, el individuo que tenía detrás exclamó:

El líder que no tenía cargo? ¡Estos son los peores !

Pues es justamente al revés de lo que él imaginaba. Ser líder no es un talento que han recibido unos pocos, es una cualidad que todos debemos desarrollar.

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